miércoles, mayo 30, 2012

La arquera




Durante incontables lunas, la joven arquera había tenido el mismo sueño revelador: una diana entre las brumas. Indefinida, poco nítida al comienzo pero justo en el momento en que sus contornos podían visualizarse, el sueño acababa.

Ella sabía que había un mensaje en ese sueño y que la vida se lo revelaría, tarde o temprano.
Antes de cada aurora, la arquera se adentraba en los bosques para escuchar el alma del universo. Selectos silencios que dibujaban paz entre las hojas. Su arco no era hostil a la naturaleza. Lo portaba siempre como símbolo de su esencia asignada por los dioses. Jamás lo usó hasta aquel día.

Había soñado como tantas veces sobre la diana y la bruma, pero esta vez, vio claramente toda la figura. Y despertó decidida, guiada por su voz interna.
Preparó el arco con una única flecha y tras oír el Ángelus de la mañana, marchó al bosque esperando hallar esa diana púrpura sostenida en el aire, como en el sueño.

Cantó salmos y los pájaros siguieron la melodía. Se enfrentaría a un gran reto pero estaba dispuesta a descubrir aquel significado ulterior .
Mirando sin ver el reflejo tibio del amanecer entre los árboles, la distinguió claramente. El corazón comenzó a latir como un corcel galopando en la tierra de los miedos. De todos los miedos ancestrales, de todas las heridas profundas de amor que no cesaban de drenar. De todos los llantos callados y los desengaños que secan por dentro.

Sin dejar de mirar la diana con el ojo de la conciencia en todo su acontecer de vida, tensó la cuerda y lanzó sin titubear la flecha. Un sonido seco, una dirección tan veloz como la luz alcanzó la diana y la disolvió, naciendo en ese instante de dolor liberado,  campanillas azules que acompañaron al sol.

No hubo un grito en ese disparo de la flecha sino liviandad del ser y avance.

Con un gesto níveo de respeto a la vida y gratitud  a las señales,  la arquera enterró bajo un pino el arco y la flecha. La sanación del corazón había comenzado.






lunes, mayo 28, 2012

Mares...




Del mar fecundo en estas aguas
que besan la arena sin olvido,
hallo el coral de la templanza
-tuya y mía-
que hará inmortal
esta contienda del amor contra
el destino.

Nacer para vivir naciendo
sólo del influjo de tu voz
entre las olas.

Verbo de miel
que resucita mi letargo
en esta oquedad lastimera de distancias.

Del mar lejano que convive en escenario
con las derrocadas gaviotas,
hilvano, heroica, una balada de azules
remembranzas.

Y la sangre absoluta de mi alma
en cada nota agonizante
de imposibles, gime y llora.